Resumen | Este es un estudio básicamente de política local, que pretende utilizar como guía para organizar la información el concepto de Estado con sus elementos poder, población y territorio, el papel de las instituciones y la ...
Este es un estudio básicamente de política local, que pretende utilizar como guía para organizar la información el concepto de Estado con sus elementos poder, población y territorio, el papel de las instituciones y la estructuración de partidos. Si la España decimonónica era un país escasamente articulado, fragmentado y localista que intentaba solucionar sus deficiencias con mucho Aparato y poco Estado dentro de una estructura oligárquica, en el Sexenio se plantearon varios intentos de crear un auténtico Estado democrático en el que quedasen armonizadas las relaciones entre los elementos apuntados y se diese solución a los monopolios y enfrentamientos políticos, y a los aislamientos y divergencias socioterritoriales. La problemática que recorre el Sexenio se presentaba desde luego en esos tres aspectos, que podían resumirse como «revolución política", «revolución social» y «revolución territorial», y normalmente interconectados; y en la medida en que no se lograba armonizar esas relaciones y resolver esos problemas, se acababa desfuncionalizando las instituciones, utilizándolas políticamente y más como instrumentos de control y de represión que como mecanismos de representación.
El pronunciamiento de 1868, que no revolución, triunfó creando una democracia puramente formal que apenas modificó la realidad para que aquélla fuese posible y optó por falsear la formalidad para controlar la realidad, aunque a la larga, en 1874, terminó fracasando. El que para hacer triunfar el pronunciamiento se acabase dando mayor protagonismo del previsto a las juntas revolucionarias y al apoyo popular, ha llevado a hablar de revolución un tanto abusivamente, porque el acto de 1868 no modificaba en esencia la técnica del pronunciamiento y de ahí la facilidad con que se disolvieron las juntas. El control de las milicia ciudadanas costó algo más, porque en ellas estaba una de las fuerzas, el republicanismo federal, que como tal no había participado en la coalición del 68; en todo caso, en tres meses ya había concluido todo. Los organizadores unionistas y progresistas del pronunciamiento utilizaron a la democracia, como revela claramente su exclusión del Gobierno provisional y la marginación subsiguiente a que fueron sometidos; y en justa correspondencia la democracia sacó a la luz pública su republicanismo federal.
Los intentos revoluciones iban por otro camino y se plasmaron fundamentalmente en dos proyectos: el republicano federal y el internacionalista (A.l.T.). Lo realmente nuevo en 1868 era que, en torno al proceso apuntado, surgiese un republicanismo federal con un apoyo de grandes masas de población y que se intentara crear un partido orientando hacia la política el descontento social y territorial existente y que lo plantease con los objetivos de crear una democracia real que exigiría cambios de todo tipo. Esto si era revolucionario. Lo mismo que lo sería el internacionalismo, que intentaba aplicar, muy poco después, otro modelo distinto al republicano. Ambos fracasaron en el Sexenio, en tanto en cuanto ni lograron destruir ni conquistar el poder, pero ¿no eran movimientos a largo plazo? La problemática que se desarrolló en torno a estos proyectos, el problema de la regeneración de España, el Estado democrático, la organización territorial, la cuestión social, reivindicaciones obreras con un proyecto alternativo... etc. ¿No pasaron a formar parte de las cuestiones fundamentales de los próximas décadas? J. L. Comellas, interesado en remarcar el cambio de época que se estaba dando en el Mundo y en España en torno a 1870, resumía esta experiencia con un juego de palabras: «triunfó la revolución y fracasaron los revolucionarios» No puede decirse, desde luego, que hubiera cambios radicales de las estructuras , pero del Sexenio salió una imagen dicotómica de las dos Españas, la oficial y la real, «los que dicen defender a la «nación» y
los «separatistas», y la no menos dicotómica de la lucha de clases. Los problemas reales siguieron, y la España oficial cerraba filas y aprovechaba, a marchas forzadas, algunas de las experiencias del Sexenio para replantear el nuevo régimen. Las revoluciones no triunfaban, pero algo realmente revolucionario estaba ocurriendo.
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