Resumen | “Cuando el lugar de la palabra es la arquitectura y la arquitectura sucede en la palabra” analiza algunas de las relaciones íntimas, corpóreas, conyugales, húmedas y mutuamente consentidas, entre la literatura y la ...
“Cuando el lugar de la palabra es la arquitectura y la arquitectura sucede en la palabra” analiza algunas de las relaciones íntimas, corpóreas, conyugales, húmedas y mutuamente consentidas, entre la literatura y la arquitectura que se producen, entre otros lugares, en Dublín dentro del Ulysses de James Joyce y, aunque de otra manera y en otra postura, en el Macondo de los Cien años de soledad en los que Gabriel García Márquez engendró a Úrsula Iguarán para que la matriarca prehistórica formulara una de las más hermosas y completas definiciones de arquitectura jamás enunciadas. Estas se dan en las páginas de Os Cus de Judas y en Conhecimento do Inferno, así como, de otro modo y con otra ternura, en Manual de pintura e caligrafía y en História do cerco de Lisboa, en Memorial do convento primero y en Todos os nomes después, yendo de Mafra a la Conservaduría General del Registro Civil y del Cementerio General a la habitación en la que Blimunda amasa con su saliva el pan candeal. Franz Kafka y Thomas Bernhard son dos de los que les han prestado sus alcobas de célibes irredentos para que ellas satisfagan su pasión, y Elena Garro y Clarice Lispector les han regalado las sábanas blancas de sus respectivos lechos para que se amen a cielo abierto. No está justificado afirmar, sin embargo, que la lubricidad proyectiva entre el espacio y la palabra sucede en cualquier lugar: acontece apenas en alguna obra de Álvaro Siza, como en la algarvia Capela do Monte, extraviada en una ladera con los pies orientados hacia occidente, mientras los peregrinos tememos que, en cualquier momento, cuando descubra que es de su exclusiva pertenencia, se la trague la tierra. Sobre los muros curvados por Siza en Berlín puede leerse, manuscrito en una esquina ondulante, «Bonjour tristesse» e, impreso en azulejos algarbios, «Esses eu levarei ao meu santo monte e lhes darei alegría en mina casa de oraçao» Isaías 56, 7. También la encarnación reproductiva entre ambas disciplinas acontece en algunos de los recintos recónditos de la Alhambra, en los que el agua escribe versos en la fluidez luminosa de las paredes, o en las cocinas ciclópeas de la Abadía de Santa María de Alcobaça, en las que aún reverberan las voces, los salmos y las letanías, de los monjes cistercienses evaporándose por las chimeneas. Y también en la habitación que ahora fecundo con mi presencia de amanuense que borda palabras en su cuaderno de campo.
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