Cinco grabados de Vejer (siglos XVI-XVIII). Estudio crítico

Abstract

La trayectoria de Antonio Gámiz incluye una faceta intensamente experimentada, la del análisis de vistas de ciudades y edificios de relevancia histórica. Su objeto de atención comprende imágenes realizadas con diversas técnicas como el grabado, la xilografía o la litografía, entre tantas propias de un amplio trecho cronológico en que este especialista se desenvuelve. Recientemente ha visto la luz una iniciativa suya, consistente en la edición de una carpeta que reproduce cinco grabados de la población gaditana de Vejer de la Frontera, fechados entre 1575 y 1707. La publicación, llevada a cabo por la Sociedad Vejeriega de Amigos del País y titulada Cinco grabados de Vejer (siglos XVI-XVIII), incluye un interesante estudio del profesor Gámiz, que unido a la novedad que aporta la reunión del mencionado material iconográfico merece algunos comentarios.

En primer lugar hay que citar la exposición que efectúa del grabado de Hoefnagel, incluido dentro de la célebre obra de Braun y Hogenberg, inspirador de la serie de Vejer aquí presentada. De hecho, el reconocimiento de ese protagonismo gana fuerza por la repercusión de las múltiples ediciones de la obra que dio acogida a la primera vista de Vejer conocida y que se enumeran y comentan. Pero es mérito de Antonio Gámiz haber incidido en cómo durante más de siglo y cuarto la referencia gráfica de Hoefnagel –obviando la policromía de algunas ediciones y ejemplares de la obra pionera- marca las diferentes revisiones aportadas desde diversos lugares como Alemania, Holanda o Italia. Reedición y plagio nos ilustran sobre los rasgos que este género adquirió y su incidencia en el rigor con el que la memoria gráfica se instituyó en Europa durante la Edad Moderna.

Vejer, localidad marcada por su impronta defensiva y un entorno que Hoefnagle fideliza en primer plano alrededor de la imagen agraria y ganadera, goza de su minuciosa y apasionada mirada. Esta se extiende en una interesante combinación de estudio de carácter local nada desdeñable, forzosamente rico en detalles sobre los edificios significativos de la población y su estado en la época de Hoefnagle, que nos permite evaluar la precisión del dibujante quinientista. Pero que asimismo nos proporciona una reforzada consideración de un autor de relevancia internacional, aportándose nuevas claves para su observación y la de su papel de avanzada hacia el conocimiento de ciudades y paisajes de muy diversos enclaves.

Por el lado de las carencias quizá hubiera sido interesante recalcar la concentración en el hito urbano de Vejer, ya que frente a precisiones notables y comentadas por Gámiz, llama la atención la ausencia en todos los grabados del castillo de Zahara –sito antes del sí nombrado cabo de platas-, un célebre edificio que fue magníficamente dibujado un poco antes por van den Wyngaerde, como se cita en el estudio. O la del mayor humedal de la Península Ibérica, hasta hace cuarenta años, la laguna de La Janda, que aparece ignorado por Hoefnagel y sus secuelas. Precisamente la fotografía que localiza el enclave original desde donde se tomó la vista permite observar la precisión topográfica del temprano grabado, incluyendo el cauce del Barbate, desagüe de la laguna. Pero La Janda solo empieza a representarse a partir del XVIII y sobre bases cartográficas (Tomás López, Gaver…) y manda más el detalle del ámbito geográfico costero.

En el capítulo de esas presencias, conviene destacar el trasunto naval que aparece en la ensenada de Zahara y Barbate, incluyendo un detallado episodio de piratería tan frecuente en aquellas aguas. Recuerda a los numerosos asaltos de fustas turco-berberiscas –a reseñar los de Caramani u Ochali- efectuados en la zona previamente al paso de Hoefnagle por Vejer hacia 1564-67, y que motivaron el encargo de Felipe II a Luis Bravo de Laguna de que realizase un informe sobre la fortificación del litoral del arco atlántico desde Gibraltar a Ayamonte, en 1577.

Finalmente, debe indicarse que las interesantes referencias bibliográficas o las observaciones sobre el papel y las marcas de aguas de algunos grabados son buena muestra de una comunidad de intereses de investigación en el trabajo departamental. Basta recordar las alusiones que se efectúan a los profesores Federico Arévalo o Ricardo Sierra. El estudio es todo un ejemplo y guía sobre este género, clave antes de que progresasen las técnicas expresivas. De modo que la incesante búsqueda de material iconográfico de ciudades andaluzas, entre otras, unida a un espíritu coleccionista de nuevo sesgo del autor, nos permiten disfrutar de esta loable iniciativa editorial, inseparable de una labor de investigación y docencia de postgrado y doctorado con especial compromiso sobre las modalidades de expresión gráfica que permitieron difundir la imagen de las ciudades a partir del siglo XVI, y que hace honor a la intensidad y alcance que la expansión de estas vistas de ciudades lograron, constituyendo una componente especialmente representativa de la cultura de la época. Eduardo Mosquera Adell Catedrático de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Sevilla