Resumen | En algunas ocasiones, por lo general en el transcurso de una conversación que sobre arquitectura se tenga, es usual escuchar algo sobre dos tópicos comunes, uno de ellos, referente a una frase de una familia que en México ...
En algunas ocasiones, por lo general en el transcurso de una conversación que sobre arquitectura se tenga, es usual escuchar algo sobre dos tópicos comunes, uno de ellos, referente a una frase de una familia que en México se expresó sobre la difícil experiencia de habitar en una vivienda que fuese premio nacional de arquitectura, y no precisamente por las múltiples entrevistas de que pudiese ser objeto, sino por lo incómodo de aquello que para los arquitectos es lo que se ve mejor, y de allí derivar la charla al comentario romántico, casi poético, posible reminiscencia de la cabaña de Laugier, de que es la gente, el pueblo, el que a lo largo de muchos años y con la experiencia y la tradición a cuestas, poco a poco va construyendo la mejor vivienda, la más adaptada al medio, que a fuer de que es ejecutada por quien la habita, y sobreentendiendo que nadie sabrá mejor qué requiere, su superioridad en la adecuación a su entorno será insuperable. Con todo ello inevitablemente surge el concepto de lo vernáculo, palabra sincrética que como un todo trata de englobar lo más tradicional, mismo que como tal, solo debe contener la mejor expresión de lo que la experiencia otorga, y por ende debiera ser el paradigma a seguir. En tal sentido, algunos cuestionamiento se presenta: ¿verdaderamente las viviendas vernáculas están plenamente adaptadas al entorno bioclimático?, ¿utiliza su edificador los materiales más cercanos y convenientes para los fines de la adecuación a su entorno? ¿Razona con prudencia los materiales que ocupa, o utiliza los que la tradición le indica sin cuestionarlos? Además, ¿será capaz de recorrer grandes distancias para obtener lo que piensa que debe utilizar?, o por el contrario, ¿buscará provecho a los elementos de que disponga en donde ha elegido vivir? No obst|
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