Resumen | Este trabajo parte de la importancia en todos los niveles educativos de una educación en y para la ciudadanía, y, a partir de un diagnóstico de los principales retos sociopolíticos contemporáneos, se posiciona acerca del ...
Este trabajo parte de la importancia en todos los niveles educativos de una educación en y para la ciudadanía, y, a partir de un diagnóstico de los principales retos sociopolíticos contemporáneos, se posiciona acerca del tipo de ciudadanía necesaria para superarlos con éxito en aras a un mundo más justo y más humanizado. La educación para la ciudadanía democrática es definida en la Carta del Consejo de Europa sobre la Educación para la Ciudadanía Democrática y la Educación en los Derechos Humanos, adoptada en el marco de la Recomendación CM/Rec (2010) 7 del Comité de Ministros como “la educación, la formación, la sensibilización, la información, las prácticas y las actividades que, además de aportar a los alumnos los conocimientos, competencias y comprensión y desarrollar sus actitudes y su comportamiento, aspiran a darles los medios para ejercer y defender sus derechos y responsabilidades democráticas en la sociedad, para apreciar la diversidad y para jugar un papel activo en la vida democrática, con el fin de promover y proteger la democracia y el Estado de Derecho”. Esta ciudadanía debe enfrentarse en el siglo XXI a retos como de la diversidad cultural, los espacios políticos supranacionales, las nuevas tecnologías de la comunicación…, desafíos que nos van a exigir que posea los calificativos de “activa”, “compleja” e “intercultural” (Feinberg, 1998; Cortina, 1998, Bartolomé y Cabrera, 2003, Rubio Carracedo, 2007). Activa, porque una democracia robusta reclama un ciudadano/a comprometido con la deliberación en la toma de decisiones que afectan a la cosa pública, cuya participación no se reduce al mero depositar un voto en una urna cada cierto tiempo, sino que realmente ejerce con ella un control sobre sus gobernantes (Pettit, 1999). Compleja o múltiple, porque hemos de compaginar y armonizar nuestra intervención y vivencia política en varios espacios, que van desde el ámbito local hasta el cosmopolita (Nussbaum, 1999). Intercultural, porque el respeto y reconocimiento mutuo entre las culturas que integran nuestras sociedades contemporáneas han de ser la base para la convivencia; y, en este sentido, la diversidad debe ser vista como un bien público que debe cultivarse, como un valor que nos amplia el campo de nuestra libertad (Bartolomé, 2004). Las competencias que tal ciudadanía obliga a poner en funcionamiento se obtienen en gran medida gracias a la práctica de lo que se ha conocido como pedagogía socrática, en donde la argumentación ocupa un papel primordial, junto a la capacidad crítica, y la de deliberación con los otros. Tales habilidades son subrayadas, con matices específicos, por John Dewey, uno de los padres de la Escuela Nueva, y por Martha Nussbaum, filósofa de reconocido prestigio y reciente ganadora del Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales. A ellos se les dedica el núcleo esencial de este trabajo, para extraer, como conclusión, los principios generales y las líneas de actuación en pro de nuestro objetivo de una democracia más participativa y más justa que la actual, que habría que desarrollar en los programas de formación del profesorado en todos los niveles educativos.
|