Resumen | En su Historia de la Eternidad, Jorge Luis Borges imaginaba el tiempo como un estado fluido en el que era difícil percibir la dirección: podría desembocar en el futuro, o manar desde éste hacia el pasado, según el verso ...
En su Historia de la Eternidad, Jorge Luis Borges imaginaba el tiempo como un estado fluido en el que era difícil percibir la dirección: podría desembocar en el futuro, o manar desde éste hacia el pasado, según el verso de Miguel de Unamuno, el río de las horas fluye desde su manantial que es el mañana. La memoria, como el tiempo, es un estado fluido, sin forma; acaso el trabajo de historiadores, arqueólogos, artistas o arquitectos sea, paradójicamente, el empeño de darles forma, encontrar un modo de narrar el tiempo, como si éste no existiera, discursos que nacen del esfuerzo por dar solidez a nuestros pensamientos, hacerlos visibles. La arquitectura, como cualquier expresión creativa en el tiempo, es efímera, perecedera. Marguerite Yourcenaur describía el tiempo como un escultor: desde el momento en que una obra se da por concluida, se inicia una segunda vida a través del transcurso de los días, en sucesivas etapas de desgaste, hasta el
retorno a la materia inerte de la que sus creadores la extrajeron para levantar una forma. La labor del arquitecto podría ser contada como una lucha contra el reloj, un oficio que sueña una permanencia perpetua, y se sabe en cambio, limitado y mortal, una suerte de escritura en el tiempo, remedio imperfecto contra el olvido; escritura y arquitectura se diluyen, como líneas efímeras sobre las aguas. Podríamos entender la ciudad, amalgama de textos superpuestos, como una estatua modelada en el transcurso de los siglos, capa a capa, sedimento a sedimento. Estudiar la arquitectura a lo largo de los siglos es una forma de leer la historia de los hombres. Si la ficción literaria nos permite creer que somos testigos de lo que ya ocurrió, si recordamos lo que somos capaces de imaginar y todos los recuerdos son, en parte, imaginarios, fluidos, la arqueología es otra ficción que explica también aquello que fuimos. Excavar, como escribir, es desovillar los ovillos del tiempo, deshacer como Penélope el tejido de la historia.
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