Abstract | Una visión muy extendida de la Segunda República -que ha dejado un poso en la memoria colectiva- tiene a su sistema de partidos como una experiencia frustrada debido a su número y permanente debilidad. Los partidos eran ...
Una visión muy extendida de la Segunda República -que ha dejado un poso en la memoria colectiva- tiene a su sistema de partidos como una experiencia frustrada debido a su número y permanente debilidad. Los partidos eran muchos y débiles, lo que habría dado lugar a un sistema sumamente fragmentado y hasta caótico que, al fracasar las iniciativas de creación de un centro fuerte-un partido o una coalición de partidos- evolucionó hacia una extrema polarización, de la que habría resultado la guerra civil. Una tesis, como se ve, algo interesada porque distrae la atención del verdadero origen de la guerra civil, un golpe militar parcialmente fracasado.
Esta visión ha recibido cierto espaldarazo científico con el modelo de pluralismo polarizado definido por Sartori y del que España sería una ilustración imperfecta debido al especial carácter caótico del experimento y a su excesivamente breve duración. El pluralismo polarizado define, según Sartori, al sistema de más de cinco o seis partidos relevantes, de los que algunos son partidos antisistema, que socavan la legitimidad del régimen y en el que el gobierno debe hacer frente a la existencia de oposiciones bilaterales, mutuamente excluyentes, que le hostilizan tanto por la izquierda como por la derecha. Sartori añade a estas dos notas fundamentales algunas otras complementarias: el lugar central del sistema está ocupado por un partido o por una coalición de partidos; el espectro de la opinión pública se encuentra sumamente polarizado; prevalecen las tendencias centrífugas sobre las centrípetas; es un sistema muy ideologizado, muy proclive a abordar los temas políticos de un modo doctrinario; hay una presencia de oposiciones irresponsables, que saben que nunca llegarán al poder y que, por tanto, pueden prometer el cielo y la tierra sin necesidad de responder de esas promesas.
Aplicado a la España republicana, este modelo de pluralismo polarizado es plausible si se consideran elementos del sistema de partidos en distintas fases del proceso de su evolución y se atribuyen al sistema independientemente de la cronología. Es cierto que, en algún momento, aparecen relevantes partidos antisistema: en 1933, la CEDA; en 1934, los socialistas; pero no en 1931 ni en 1936. Lo es también la presencia de oposiciones excluyentes: los anarcosindicalistas y los monárquicos, pero los verdaderos partidos anti sistema que perduran a lo largo de todo el periodo son débiles, no relevantes: fascistas, monárquicos o -hasta finales de 1935- comunistas no llegaron nunca a contar con un seguimiento masivo. A igual conclusión se llegaría considerando otros rasgos del modelo de pluralismo polarizado.
Sin negar, pues, algunos de los datos que justifican la aplicación al caso español de este modelo, mi propósito esta tarde es discutirla insistiendo en una tesis diferente que tenga en cuenta la cronología, de la que no se puede prescindir, a pesar de la brevedad de la experiencia. Como ha escrito Santiago Varela, «existen indicios racionales de que la fragmentación iba reduciéndose en 1936, de que los grupos fluidos e inestables desaparecían, abriendo paso a organiza ciones más racionales y modernas y de que, finalmente, los partidos iban agrupándose en torno a las grandes alternativas políticas que hoy se encuentran en las democracias occidentales». Tal vez se trata sólo de «indicios racionales» que, por otra parte, coexistían con sus contrarios, pues también se perciben en 1936 indicios de que algunos de los grandes partidos sufrían disensiones internas que podían
llevarles a la fragmentación en varios grupos o a la escisión. En todo caso, la simultánea presencia de unos elementos y de sus contrarios exige introducir el tiempo como una variable fundamental para la comprensión del sistema.
En definitiva, el análisis del sistema de partidos en la República no puede realizarse atendiendo únicamente a si en él se daban o no las características que definen un modelo, sino estudiando las tendencias que lo van moldeando, pues el paso de años, y aún de meses, fue decisivo para su configuración, que nunca llegaría a ser acabada. Más que el caso de un modelo, el sistema de partidos de la República es un caso en formación: los partidos que lo constituyen no existían como tales, salvo alguna excepción, en 1930; todos ellos partían de una débil base organizativa, de una casi nula institucionalización y de un alto grado de fragmentación. Pero a medida que pasan los primeros años de República, ese sistema en formación experimentó, en medio de las tensiones derivadas de la competencia entre partidos y de las luchas intrapartidarias, un avance hacia la constitución de grandes partidos de masas: proceso de incierto futuro -nadie sabe lo que habría ocurrido si...- pero en todo caso interrumpido por un golpe militar que provocó una guerra civil.
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